Feminización...forzada?
Hace unos años, en una de esas mañanas de fin de verano, mientras desayunaba, me puse a hojear unos antiguos apuntes que había escrito sobre Sacher-Masoch y su Venus. No es la primera vez que me descubro presa de la excitación que el romántico incurable y empedernido que fue Leopoldo genera en mi psiquis de domme pero esta vez, por algún desconocido motivo (un sueño erótico de la noche anterior?) me sentí extrañamente excitada y enamorada. Me emocioné con el concepto de la hipersensualidad como principal atributo de su Venus (la mujer ideal) y de inmediato sentí en mi interior una pulsión a jugar a ser hipersensual. Pero esa mañana, mi rutina no me ofrecía masturbarme ni citarme con un amante o visitar algún sex shop. Diagramé entonces en mi mente, siempre ansiosa por conocer nuevos placeres, un nuevo recorrido para cumplir con mis flamantes deseos. Tengo buena memoria para recordar algunos lugarcillos de segunda categoría (ningún degenerado merece mercadería de calidad) y allí fui a batirme a duelo contra la ciudad de la frigidez mental, sin lanza ni espada pero con rouge y tacos altos. En mi memoria resonaban ciertas frases que dotaban a mi espíritu tanto del sadismo del Marqués como de la pasión de don Leopoldo.
Media
hora de viaje y estaba ya en ese lugar, plagado de clientas mal
vestidas, con dos o tres vendedoras mal pagas, alfombras raídas, una
escalera caracol por donde las cajas eran subidas y bajadas y sin
lugar para probarse los zapatos y mucho menos botas. Pero a mí, esta
vez, no me interesaba probarme nada. Pedí que me trajeran el
par de botas blancas de charol de la vidriera, numeración
cuarenta y tres. Por supuesto, la joven que atendía, intentó
cumplir con mi pedido sin demasiado entusiasmo. Resumiendo, las
únicas que había eran cuarenta y cuatro, un número más que
el que correspondería, pero por lo menos me iba aproximando. Decidí
llevarlas; mi elegido sólo tendría que usar con ellas un par
de medias gruesas por debajo de las sublimes lycra pantyhose
ultraopacas que ya le había asignado en mi imaginación.
Las
que vivimos en botas por la vida, sabemos que más allá de la
belleza indiscutible de las botas negras (las amadas blackies) o
las rojas, las botas altas blancas de charol son más guerreras. Calzarlas te hacen sentir una superhembra,
protagonista o continuadora de la saga de Barbarella.
Ni hablar si son como éstas, que vienen con plataforma y taco aguja
de quince centímetros. Un par de botas blancas así te dirian: Somos
las botas de una heroína erótica, te gustaría tener algo con
nuestra dueña?
Cuando
después de pagarlas de contado, billete sobre billete, salí del
decadente lugar con las acharoladas mal envueltas en una bolsa de
feria barrial (la caja no existía porque estaba deshecha), lo hice
con una sonrisa de complicidad ante mi libido en franco ascenso y me
dirigí hacia la estación de subterráneo. Para mi sorpresa, sobre
la vereda, me topé con una mujer negra (luego me dijo que era nacida
en Sudáfrica) que vendía esas pelucas baratas, sintéticas, de
kanekalón. Sin dudarlo, le pedí la más larga y rubia. Sólo tenía
una, de un rubio oscuro (quiero decir que no era la típica
platinada marilyna) pero bastante larga y a como venían las
opciones, era la única decente por esa zona. Obviamente me
la entregó apenas envuelta en una bolsita de nylon y dándome
escasas instrucciones sobre cómo mantenerla y falsas promesas que
habría mas rubias para la semana siguiente y al mismo
precio.
Los
demás elementos para travestir a mi Marilyna serían provistos por
mi propio guardarropa con prendas y accesorios largamente usados en
combates sexuales y que habían sido descartados por quedarme
grandes de talle o ensanchados o algo gastados de tanto lavarlos.
Todos bien traqueteados por años de puteríos indiscriminados.
Ninguno de primera marca francesa, ninguno para uso discreto por
parte de una señora, sino todo lo contrario: atuendos juveniles,
brillosos, de colores bien estridentes. Me gusta que mis Marilynas
sean muy llamativas. O tal vez, lo que me gusta es que sean muy
putas.
Guardé
el tesoro en el placard de mi dominado esposo que a esa altura ya
había dejado un mensaje en el contestador con algunas cuestiones
familiares a resolver pero sin la más mínima sospecha sobre mi
compra kinky. Me causó gracia escucharlo, lo llamé y le di una
excusa falsa (a veces no le cuento la verdad total, digamos que se la
doy en forma parcial). Luego me dediqué a otras cuestiones y durante
el día me olvidé del asunto.
Rutina
por medio de la cena familiar, aun él no se había percatado del
maltrecho paquetón oculto en el píso de su placard. Yo me sentía
otra vez como en las épocas en que ocultaba los regalos a los niños
para Navidad. Ya cerca de la hora de ir a dormir, durante la ducha de
él, desplegué en la intimidad del dormitorio, sobre el cubrecama
todo aquel tesoro de Marilyna. Parecía, o al menos así era
para mi ansiosa mirada, que todo aquello era el contenido del cofre
de un corsario, lleno de joyas preciosas y desconocidas, brillantes,
resplandecientes, valiosísimas. Alhajas sissificantes.
Lo
que sigue quedará para siempre atesorado en nuestra memoria de
pareja, en nuestra intimidad. Así lo he decidido. Todas las sonrisas
de Bettie desplegadas, pero esta vez por ambas.
Feminización forzada.....o no tan forzada. Mujer y sissy: un mundo
tan audazmente marilyno, sado, sensual y femenino.
Este blog reproduce algunas columnas ya posteadas en Sado Sensual y Femenino
ResponderBorrarsadobyroxy@blogspot.com.
Sí, sí, las botas blancas tienen esa atracción especial: son un poco gronchas y un poco chetas, según el caso y las mil variables del lugar y la situación... muy lindo leer esto. Como comentario general, comprendo el concepto de feminización forzada aunque a mí jamás tuvieron que obligarme....
ResponderBorrarDaniela Eloisa Rodriguez