Cuando sobra sumision






   En la primera década de este siglo, el templo del BDSM nacional era La Casona del Sado, ubicada en la calle Yatay en el barrio porteño de Almagro. Fue allí, en una de las tantas noches de sábado de sado y diversión, donde junto a mi esclavo marido conocimos a una interesante pareja del ambiente. Ella era dominante, una morocha del norte argentino, de una belleza exótica que parecía romper el aire a su paso e iba acompañada por su esclavo, que solía presentarse con un atuendo monástico, como de un franciscano, lo que aumentaba su aspecto de sufriente asceta.  

   No voy a negar que el BDSM no es para mí ni una filosofía ni un camino de aprendizaje sino un territorio más en la búsqueda de goces sensoriales y la piel de aquella mujer y sus ojos negros parecían prometerme un Olimpo de placeres. Intenté acercarme a ella de diversas formas pero la hermosa, sutilmente, rehuía mis avances. No me rechazaba pero tampoco se me acercaba demasiado. Una noche de las tantas en que nos encontramos, me invitó a compartir una sesión con su sumiso, el esclavo franciscano. Como una forma de acercarme a la bella dueña de mis deseos, accedí.

   Ella ató al franciscano a una especie de parrilla de torturas, ubicada en posición inclinada, lo que dejaba su muy poco atractivo culo masculino en posición para ser spankeado. Aclaro que las técnicas de castigo tan comunes en el BDSM y sus aparatos de tortura valen para mí lo que la nada misma. No dudo que ella creyó complacerme de la forma que creía correcta, para lo que eran las costumbres y los reglamentos del BDSM argentino de aquel tiempo. 

   Mientras ella permanecía en la cabecera de la parrilla, yo tomé una paleta de spanking y empecé a golpearlo, suavemente la principio, con mayor rigor después. El comenzó a quejarse a cada golpe, supongo que el sacrificio era parte del juego que él tenía con su Ama. Mientras usaba mi brazo como herramienta para castigarlo, me dí cuenta que no sólo no me había acercado ni un centímetro a lo que me había propuesto sino que ella, sin ninguna mala intención desde luego, me había llevado a hacer lo que no me interesaba en lo más mínimo. Yo estaba trabajando bajo condiciones controladas que no habían sido estipuladas por mí mientras que nadie estaba complaciéndome. Lo que me estaban ofreciendo a modo de tesoro era la típica entrega pasiva. El sumiso era el centro de la escena. Demasiada sumisión. Cuando tomé conciencia de lo que me estaba pasando, me dije Basta para mí. Le agradecí a la bella muñeca inaccesible el momento vivido lanzándole un beso a a la distancia, colgué la paleta y me fui a buscar diversión por otro lado y con otras gentes.

   Al terminar la noche, me encontré con mi esclavo marido a la salida de La Casona. El había sido testigo de la sesión, parado cerca mío y en silencio, como siempre fue su costumbre. Sabía que no ibas a tardar mucho en colgar la paleta, me dijo con una sonrisa. Me confesó que conversando con otro sumiso que también miraba la sesión, le dijo: Ella se excita cuando los hombres están a su servicio para satisfacerla y adorarla. Vas a ver que esto no dura demasiado, ella va a estar aburrida en cinco minutosLo miré severamente mientras sacaba el lipstick de mi cartera. Sobreestimaste mi tolerancia con los masocas le respondí mientras me retocaba los labios antes de salir. En tu cálculo te sobraron un par de minutos y a mí me sobró sumisión.





Comentarios

  1. Este blog reproduce algunas columnas ya posteadas en Sado Sensual y Femenino
    sadobyroxy@blogspot.com.

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